El ser humano ha evolucionado genéticamente durante miles de años para adaptarse al ejercicio físico y desarrollar mecanismos que recompensan la práctica de actividad física. Esta recompensa surge de la necesidad que antiguamente teníamos de movernos para obtener comida, y lógicamente, durante el transcurso de los siglos, han sobrevivido aquellas generaciones que producían mayor secreción de endorfinas, que son las drogas naturales generadas por nuestro cerebro tras realizar actividad física.
Desde el siglo XX, dada la gran evolución tecnológica, que no se corresponde con nuestra lenta evolución genética, se ha invertido el hecho de que la práctica de actividad física sea un modo de supervivencia, por lo que apenas nos movemos y esto redunda en un mayor grado de insatisfacción y frustración personal, de ahí la necesidad de hacer deporte periódicamente para obtener la ración de endorfinas que nuestro cuerpo necesita para encontrarse bien. Igual, dentro de miles de años, evolucionaremos genéticamente a un estadio en el que no necesitemos movernos para producir endorfinas y estas se generen con actividades sedentarias, pero para entonces ya no estaremos aquí para contarlo. Con todo ello, podemos comprobar cómo, cualquier deportista que deje de practicar deporte durante unos días, nos puede llegar a “morder”, dado que se encuentra de bajón, decaído, nervioso y de mal humor por la falta de endorfinas. Ahora bien, no quiero decir que haya que pasarse haciendo deporte para encontrarse mejor, sino que un poco de deporte varias veces a la semana nos permitirá obtener ese “chute” de felicidad que propiciará un correcto equilibrio físico-emocional y evitará que haya que “morder” a nadie.