Durante siglos, la creencia popular ha sido que el deporte de competición era malo para la salud y reducía la esperanza de vida. Y muchos pensaréis que llevar el organismo al límite de su capacidad en todas las competiciones, torturándolo diariamente en cada entrenamiento, no es bueno para la salud, y realmente no es lo ideal, pero distintos fisiólogos del ejercicio han llegado a la conclusión de que es más probable que viva más años quienes en su juventud han participado en alta competición deportiva que aquellas personas que han tenido una vida inactiva.
El hombre de hoy tiene los mismos genes que tenía en el paleolítico, y en principio cuanto más ejercicio se haga mejor. Nuestros ancestros se pasaban el día andando, corriendo, en movimiento, y tenían un gasto energético diario elevado y su ingesta alimenticia era similar, con lo que la obesidad y las enfermedades más comunes de nuestros días no existían. En cambio, en la sociedad sedentaria actual, nuestro gasto energético es muy inferior respecto al paleolítico, y seguimos consumiendo incluso más cantidad de comida, con lo cual la enfermedad por desajuste energético es inevitable.
En el paleolítico se modeló nuestra huella genética, y los deportistas de fondo, que en la actualidad para muchos son unos exagerados, parece que en realidad son los más acordes a nuestra genética.
Son diversos los estudios científicos que asocian de manera inequívoca la participación en competiciones deportivas con la esperanza de vida. Los datos publicados parecen indicar que las deportistas de élite que han practicado pruebas de resistencia viven de uno a cuatro años más que las personas de la misma edad y similar lugar de nacimiento. En cambio, los deportistas que practican deportes de potencia (lanzadores, velocistas,…) tienen menor expectativa de vida.
La mala reputación de los deportistas de resistencia de élite ya no lo es tanto y podemos afirmar que, el deporte aunque sea extremo, siempre es más saludable que la inactividad.