Para el deportista, la competición implica estar al máximo de sus capacidades, tanto físicas como psicológicas. Las presiones del entorno y las preocupaciones sobre el resultado pueden influir en que no se encuentre suficientemente centrado, haciendo que el rendimiento disminuya.
Hay una serie de aspectos que pueden poner en peligro el rendimiento, entre los que encontramos los siguientes:
- El estado de ánimo: los problemas de la vida diaria pueden disminuir la motivación y la concentración durante la competición.
- La excesiva ansiedad y miedo: hace que los músculos se pongan rígidos y los movimientos no sean del todo precisos, aumentando la fatiga y los errores.
- La falta de autoconfianza y motivación: impedirá dar el 100% de lo que es capaz el deportista.
- La ausencia de recursos para afrontar las amenazas externas: en la competición se pasa por muchas situaciones que pueden resultar amenazadoras: el ambiente de juego, los dolores corporales (en piernas, brazos, estómago, etc.), la fatiga, las sensaciones de ahogo, las críticas del entrenador, de los compañeros, etc., siendo imprescindible canalizarlas de una manera positiva para que no repercutan en el rendimiento.
Todos estos aspectos nos explican el por qué hay deportistas que, a pesar de entrenar y prepararse muy bien, luego compiten muy mal y no rinden lo esperado. La predisposición individual será clave pero no determinante, ya que podemos invertir los efectos negativos de la competición con un buena preparación psicológica, revisando con el entrenador aquellos factores que nos limitan y corregirlos mediante diferentes técnicas, como las visualizaciones o las técnicas de relajación-concentración, que nos permitan disfrutar y rendir al máximo en la competición.