Vivimos y desvivimos por conseguir la mejor figura posible. Después de Navidad esta obsesión se ve acentuada de una manera desmesurada. Son momentos en los que tras las enormes comilonas nos sentimos cebados, y vemos resentida nuestra silueta. Aquí comienza la tradicional manía de ponernos a dieta, ir al gimnasio,… Para algunos esto es simplemente una obcecación pasajera, que se esfuma con la cuesta de enero, pero otros la viven todo el año, teniendo el empeño de tener las medidas perfectas, como si esto fuera la clave de la felicidad.
Cuidar nuestro cuerpo haciendo deporte y comiendo sano debe ser algo, que hacemos por encontrarnos bien con nosotros mismos, notando que repercute positivamente en el resto de parcelas de nuestra vida. Pero cuando hacer deporte y cuidarse, solo tiene un objetivo narcisista, por ser el más guapo, el más hábil, el más resistente, el más veloz, y en definitiva ser “el mejor”, se convierte en algo poco saludable tanto física como mentalmente.
Debemos huir de narcisismos y buscar en la práctica deportiva, aquel medicamento que cura infinidad de males, sin que se convierta en una droga de fetichismo corporal. Ciertos colectivos deportivos, idolatran el físico más allá de lo racional y saludable. Se puede llegar a límites incomprensibles de ejercitar nuestro cuerpo, entrenando un día tras otro, hasta darnos auténticas palizas, como si ello fuera lo único importante en nuestras vidas, y no nos damos cuenta que somos personas y no esculturas.
El ser humano se caracteriza por ser un animal racional, que piensa y hace del deporte un gran aliado. No debe convertirlo en una herramienta que lo condicione. Mi consejo para los amantes del deporte es concienciarles que todas las obsesiones son malas y la del culto al cuerpo (en su amplio sentido) puede anularnos como personas, por lo que no hagas deporte para presumir, destacar, lucir, aparentar o triunfar, a no ser que seas un profesional y vivas de ello.
¡Practica deporte todos los días del año con humildad y en ello encontrarás el secreto de la eterna “felicidad”!